Por Olivier Reboursin En estos días se están cumpliendo exactamente setenta y cinco años de algunos de los más fundamentales hechos vinculados a la lucha mundial contra el fascismo, en primer lugar, los que hacen a la derrota del mismo en Italia, con la liberación final de ese país tras más de veinte años de dictadura mussoliniana, en los que la lucha popular, desde abajo y a partir de la organización y el combate combatientes fueron la herramienta para terminar el 25 de abril de 1945 con la expulsión de los nazis de la península y empezar a derrotar la experiencia más brutal de dominación conocida hasta entonces. Pensar en esos sucesos, coronados con la captura en la región de Dongo pocos días después, cuando una patrulla de partisanos comunistas interceptó al convoy que intentaba la huida impune de Italia, del dictador Benito Mussolini y sus colaboradores más cercanos, que culminarían con el juicio sumario y ajusticiamiento del terrible líder del fascismo italiano, su amante Clara Petacci y diversos integrantes de su gobierno al día siguiente; al igual que entroncarlos con las mismas fechas casi treinta años después, cuando el pueblo portugués pudo poner fin con su lucha y en una amplia alianza de protagonismo popular, democrático y de izquierda a la dictadura fascista y corporativa de Oliveira Salazar tras cuatro décadas de un régimen injusto y criminal basado en la persecución, el encarcelamiento, la tortura y la deshumanización de lxs distintxs, es entonces, pensar, activar la memoria necesaria una vez más, de las tareas y las realizadas en pos de la liberación definitiva de la humanidad.
Estos sucesos, que dan cuenta de la valentía, capacidad organizativa y decisión política de los comunistas y otros sectores comprometidos con la lucha en todos los frentes contra el fascismo, en defensa de la democracia y la paz, nos permiten hoy utilizar la efeméride como “excusa” o justificación para reflexionar hoy en torno al valor de esa lucha y esa concepción de la política y la humanidad toda. Más en tiempos en que la pandemia y la utilización de los miedos generalizados pueden hacer resurgir de la mano de los poderosos y de todos aquellos que ya conocemos, ciertos discursos que promueven el ensalzamiento de autoritarismos locales y/o globales y liderazgos mesiánicos y discriminatorios de distinto tipo; para enfrentarnos a ellos -y desde nuestra propia historia-, oponer al fascismo, los valores de la solidaridad, el humanismo y la vigencia de todos los derechos para todxs.
Con la bandera del antifascismo y la lucha contra la reacción
Sabido es que la fuerte avanzada en cuanto a organización y capacidad de acciones concretas que mostraría la clase obrera en la Argentina a partir de principios del siglo XX con diversas luchas, que concluirían por ejemplo en la “Semana Roja” de 1909 y su matanza de obreros y militantes anarquistas y socialistas comandados por el entonces jefe de policía Ramón L. Falcón; mostrarían desde un comienzo, y como contrapartida a esa voluntad de cambio y autoorganización popular, las acciones de los grupos dominantes, no sólo a través de la brutal represión policial y estatal sino en la forma de participación de grupos armados de ultraderecha integrados básicamente por los jóvenes representantes de las clases propietarias.
Las represiones a anarquistas en el centenario, lo mismo que las matanzas de obreros en la “Semana Trágica” y de la Patagonia rebelde, una década después, mostrarían a la Liga Patriótica Argentina fundada y dirigida por Manuel Carlés y prontamente integrada por “niños bien” de las más acaudaladas y renombradas familias locales como punta de lanza en el hostigamiento mediante la acción de grupos paramilitares, formaciones especiales y fuerzas de choque dirigido tanto contra sindicatos y asociaciones obreras como contra familias enteras de inmigrantes bajo el criminal y discurso discriminatorio de la xenofobia, el racismo y el nacionalismo chauvinista.
El golpe de septiembre de 1930, aquel “con olor a petróleo” que denunciaban los intelectuales de la época significaría entonces la coronación de los poderes fácticos de entonces, amalgamados por los discursos antiobreros, corporativos y fascistizantes que proferiría Uriburu “el primer dictador” del siglo XX, pero también en las usinas intelectuales y en la acción política de los sectores más acaudalados y reaccionarios de la sociedad argentina toda. Pensemos por ejemplo que en esos años serían más de cuarenta las agrupaciones nacionalistas anticomunistas y antiliberales que poblarían la política argentina desplegando toda forma de terror al amparo y con la permisividad de las instituciones locales. Muchas de ellas publicaban además, periódicos destinados a defenestrar a la izquierda y al judaísmo señalando a ambos como parte de una conspiración de carácter mundial.
Uno de los principales anhelos del fascismo vernáculo fue por esos días de mediados de la década del 30, sancionar una ley que combatiera el comunismo, entendiendo por tal la prohibición del Partido Comunista, pero también todo tipo de organización o movimiento que basara sus acciones en los principios de la solidaridad y la justicia, intento que con diversos nombres y alcances, pero siempre los mismos fines reiterarían con diversos alcances y suerte, las fuerzas del sistema a lo largo de nuestra historia tanto en tiempos de gobiernos “democráticos” como de dictaduras cívico-militares.
En ese marco, la unión de las distintas formas de lucha nacional e internacional contra el fascismo que se desarrollaban desde fines de la década del 20 en el país, darían lugar a fines de 1937, en la constitución de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre a través agrupamiento plural de reconocidas personalidades, instituciones y militantes en defensa de la legalidad constitucional y el declarado propósito de “ defender la legalidad y detener el avance de la reacción”; esto último, claro está, no para sacralizar la legalidad del corrupto orden vigente entonces, sino como un modo de poner a la ley y a la Constitución en manos del pueblo y no de sus opresores de siempre.
Con esos valores, salió entonces -y desde entonces- la Liga a la lucha y a la calle, “la necesidad de reafirmar las libertades públicas y las leyes, contra el fraude, la violencia, la reacción, el fascismo, las dictaduras y la oligarquía, contra el imperialismo y por la liberación nacional, por la paz en el país y en el mundo, por la democracia y la justicia social, contra la miseria y la desocupación” tal como se había planteado en uno de los más importantes actos antifascistas de la época, la celebración del 1° de Mayo de 1936.
Lecciones del pasado y del presente
Esos valores, y esos principios, son precisamente los que nos vienen a la memoria en estos días, en que asistimos a la recuperación popular de viejos y míticos himnos como el “Bella Ciao” expresión de la cultura popular antifascista que se entona desde los balcones de una Roma nuevamente golpeada, esta vez por la pandemia y la insolidaridad y exclusión del sistema capitalista global, como modo de combate. Un combate que como bien supo enseñarnos el gran Julius Fucik, debe ser siempre con alegría, con compromiso y con decisión.
Por ello, tal como hacían lxs fundadores de la Liga en tiempos del horror de la Segunda Guerra Mundial, en que con esfuerzo y valentía, frente a los émulos de los fascistas locales que habían tomado el poder mediante el golpe de junio de 1943, daban a conocer, mediante la publicación de folletos los horrores de los campos de exterminio del nazi-fascismo; hoy debemos redoblar la apuesta señalando ante los popes de la comunicación que proponen el capitalismo como única salida, las muestras de solidaridad que protagonizan el pueblo cubano y su sistema de salud enviando médicos al mundo entero, los esfuerzos de cooperación que muestran China o Venezuela, frente al discurso neo fascista, racista, arbitrario y criminal de los Trump, los Bolsonaro, los Añez, los Piñera y todxs aquellxs que claman por la vuelta a la “normalidad” capitalista bajo el pretexto de las “libertades individuales”.
Es hora, del mismo modo, de defender una vez más la lucha solidaria en los barrios, en los espacios públicos y sociales, en el trabajo fraterno entre los sectores populares, que se abre paso frente a la arbitrariedad y violencia de los sectores concentrados (y concentradores) de la riqueza. De defender lo público frente a lo privado y excluyente, de pensar entre todos un modo de superar el horror de la vida común en el capitalismo.
Para ello, es necesario seguir denunciando la injusta existencia de presxs politicxs, hasta que logremos la libertad del/ de la últimx de ellxs, -sin dejar de festejar cada conquista, de una domiciliaria o sobreseimiento de lxs compañerxs-; así como las brutalidades del sistema que se descargan con fuerza inusitada siempre sobre lxs más débiles, como lo muestra el sistema carcelario y penitenciario argentino, donde una vez más los intentos de visibilizar esas injusticias, son “solucionadas” con la represión indiscriminada y el cercenamiento de los más elementales derechos humanos.
A 75 años, la luz de aquellos días de liberación de Roma de manos de la bestia fascista es un faro para todxs nosotrxs, que luchamos por la liberación del mundo entero, desde el recuerdo de cada una de esas peleas de todos los días, desde nuestro lugar y nuestras condiciones históricas, siempre en unidad y en la búsqueda plural de un mundo nuevo, que termine con la barbarie y haga brotar la libertad. Un mundo en el que existan y se cumplan, todos los derechos para todxs.
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